VOCES ENTRE LINEAS

Estas publicaciones hacen parte de un proyecto académico de estudiantes de comunicación social y periodismo, de la universidad surcolombiana, en la asignatura escritura II, en convenio con aldeasur.com (octava entrega voces entre líneas)

Redaccion: Laura Valentina Sanchez Paladinez

Ser foráneo es ingresar a un viaje emocional, donde se navega por lugares desconocidos, es adaptarse a nuevas culturas y establecer conexiones. Pero cuando nos mudamos por motivos académicos, la universidad más que un espacio donde el conocimiento florece y las mentes se expanden, también es un lugar lleno de nuevas experiencias o sorpresas, volviéndose una montaña rusa emocional, con muchos altibajos y desafíos que pondrán a prueba tu determinación.

La primera vez que puse un pie en el campus universitario, me sentí como un extraterrestre, en un planeta desconocido, estaba ansioso y emocionado al mismo tiempo, deseoso de encontrar mi lugar en este nuevo mundo, rodeado de un sinnúmero de nombres y rostros desconocidos, solo pensaba que cada paso que daba era una oportunidad para demostrar mi valentía, pues después de mucho al fin estaba cumpliendo el sueño de un niño y el anhelo de un padre.

 Cada día que pasa, te das cuenta de lo lejos que estás de casa. Los recuerdos, las comidas familiares, los abrazos y las risas se convierten en tesoros que añoras constantemente. La melancolía y la nostalgia se clavan en mi corazón, convirtiéndose en un montón de rocas pesadas sobre mi hombro, cada vez más me carcomían las inseguridades, mientras me preguntaba “¿Seré capaz de seguir el ritmo académico?” las dudas me invadian como una sombra que se extiende por la habitación cuando cae la tarde.

A medida que los días transcurren y la monotonía se instala, el sol aparece con una sensación de tristeza que parecía envolver mi alma. Ya era el final de otro mes, el dinero escaseaba más que nunca, los días se hacían continuamente más agotadores. El peso de las responsabilidades académicas era un martirio, pero lo que más me apretaba el corazón era el hambre constante que se reflejaba en mi estómago vacío. No había dinero suficiente para satisfacer esa necesidad básica… eso me sumergía aún más en la melancolía.

En medio de esta travesía despues de una jornada agotadora de clases, me encontré con una situación que me rompió aún más el corazón: había olvidado mi billetera y no tenía dinero para el transporte de regreso a casa. Cansado, sin comer note que mis pies doloridos se oponían a dar ni un solo paso más. Me sentí derrotado de una manera que jamás había experimentado, mi determinación se derrumbo, llorando, dude si en verdad valia la pena todo el sacrificio que estaba haciendo.

En medio de la desesperación, surgió una luz en mi camino. Un conocido se acercó a mí y, sin hacer preguntas, me entregó el dinero suficiente para que pudiera regresar a casa. Sus palabras de aliento me llenaron de esperanza y gratitud. Ese gesto de bondad desconocida me hizo darme cuenta de que, a pesar de los días oscuros, no estaba solo. De regreso en casa, me senté frente a la mesa vacía y mi estómago rugió fuertemente. Pero hoy, en lugar de dejarme vencer por el hambre, decidí alimentar mi alma. Saqué mi cuaderno, comencé a escribir, volcando todas mis emociones en palabras, como si estuviera liberando una parte de mi peso interno.

De esta manera comprendi que no todo es negativo, comencé a adaptarme a la vida universitaria. Las clases se volvieron más familiares, encontré en los profesores un apoyo inesperado. Su conocimiento y dedicación me inspiraron a esforzarme aún más convirtiendo mi aprendizaje en un viaje de descubrimiento, donde las palabras y las ideas se mezclan formando una sinfonía de razonamiento. Cada tarea realizada, cada examen aprobado, fueron pequeñas victorias que reafirmaron mi capacidad, hallé una parte de mí que nunca supe que existía. Me enfrenté a los desafíos académicos, aprendí a gestionar mi tiempo observando desde otra perspectiva mi vida.

Poco a poco, las relaciones comenzaron a florecer. Amistades sinceras se fueron tejiendo como hilos invisibles entre las aulas y los cafés. Encontré que los demás también experimentaban temores y anhelos similares a los míos. Nos convertimos en cómplices de largas noches de estudio, risas compartidas y momentos de reflexión profunda, ayudando a expandir mi criterio, logrando enriquecer mis conocimientos sobre el mundo. Estar aquí no solo me ha dado la oportunidad de crecer académicamente, sino también de observar nuevos horizontes.

Sin duda alguna ser un foráneo universitario, es el camino para aprender a ser autosuficientes, responsables e independientes, permitiendo desarrollar nuestra identidad como personas. A pesar de las incertidumbres y la sensación de desconexión inicial, hay que ponerle ánimo para encontrar un hogar en la universidad, sitio donde nuestras diferencias se convierten en un puente hacia nuevas oportunidades con experiencias inolvidables. Dejemos de ser extraterrestres, por el contrario convirtámonos en ciudadanos del mundo universitario, llenos de curiosidad para conquistar nuestros anhelos.

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