Poetas de todos los gustos nos reunimos en Garzón, Centro del Huila, a partir del miércoles 9 de noviembre de los corrientes, para mostrar la creación literaria que se da en los confines de este país, de Sur a Norte, de Oriente a Occidente, contestatarios y románticos, tradicionales y experimentales, un empeño que el tesón de Amadeo González Triviño viene gestando desde hace varios años, y que en múltiples ocasiones ha permitido acompañar.

Por allí ha pasado lo mejor de la literatura regional y nacional, en un contubernio maravilloso, una complicidad que llega a la alcahuetería, para decir que la poesía está presente en la calidez de una ciudad culta y próspera, cercana al telúrico devenir de los sueños encarnados en los versos.

Una cosa importante tiene la fiesta poética de Garzón: allí no se discrimina, ni siquiera se miden blasones de bardos; simplemente hay oído para cantarle a los motivos que mueven la sensibilidad del alma, todos tienen cabida, todos reciben un aplauso, la poesía se enseñorea y hasta los chicos de los colegios tienen oportunidad de escucharse, de improvisar, de hacer tribuna con sus dislocaciones, al lado de los consagrados que fortalecen este propósito intentando unir en la palabra, en las lesiones de paz para un territorio que ama su origen, su tradición, su versatilidad para multiplicar el tiempo, para fundir en sus corazones el deseo de construir trascendencia en la nacionalidad, en los motivos que la sustentan.

Garzón es una ciudad acogedora, por mucho tiempo llamada Capital Diocesana se arropa bajo el multicolor aspecto de la oda, bajo la musicalidad de la balada, bajo la estupefacción de la epopeya, hasta bajo los endecasílabos enriquecen la poética que se mantiene viva a pesar de los incrédulos.

Vamos a Garzón para encontrarnos con amigos; en Garzón vamos rememorar nostalgias, del río grande que pasa con murmullo altivo por su patio trasero, una protesta grotesca frente al abuzo de los dueños del dinero que lo piensan convertir en Kilovatios sin importarles los sueños, sin importarles las raíces, afincados en sus leyendas, en su historia, en su riqueza natural. Vamos a Garzón como una idea cumplida, para decir que somos parte del paisaje, que nuestras venas corren en la sangre de su río, en la santidad de sus montañas, en la belleza de sus mujeres que reclaman un verso para sentirse amadas.

Este Festival trasciende la oportunidad de lo parangonado, irrumpe único, se establece en los cantos incomparables de las aves, en el colorido de sus atardeceres, en las tonalidades de las flores de los almendros, en el verdor de su paisaje que contrastan, en la lluvia miserable de los arco iris que sarpullan. Vienen quienes sueñan, los políticos y las dadoras de amor, los andarines y quienes con la facilidad de la palabra apuntan hacia los lugares comunes. Viene el recodo de un intento por estampar en la frente de los garzoneños la intensidad de lo que añoran, por llevarse en el morral ese olor a mango viche, a cafetales florecidos, a palma de corozo, a la riqueza que mantiene el alma como una bendición, como la obra creadora de la palabra, para no pasar inmune. Vienen por un bebedizo de las brujas de la Jagua, porque la historia de la poesía es la historia humana, y Garzón escribe la suya con la magia de las liras.

Por; Diógenes Díaz Carabalí

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