Fotografía del 5 de abril de 2017 de un grupo de dos voluntarios atendiendo a un perro en un albergue para animales dispuesto tras la avalancha que el pasado 1 de abril afectó a 17 de barrios de Mocoa (Colombia), y que ha dejado hasta el momento más de 300 muertos. EFE

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El barrio Olímpico de la ciudad colombiana de Mocoa cuenta con un polideportivo, calles embarradas, una gran estación de Policía y, desde hace unos días, un refugio lleno de voluntarios que reciben, dan tratamiento y cuidan a los animales que sobrevivieron a la avalancha que asoló la localidad.

El albergue animal lo han improvisado los voluntarios tras la estación y por él pululan perros, gatos, curiosos, sobrevivientes buscando a sus mascotas y una docena de policías que colaboran con su mejor voluntad para acomodar a los animales.

«Tenemos unos 80 animales entre perros y gatos, pero el listado de animales (va creciendo) porque (todavía) van ingresando y la idea es tenerlos por un tiempo para garantizar su calidad de vida, así como brindar seguridad médica veterinaria», comenta a Efe Rosa Guerrero, responsable logística del lugar y miembro de la Fundación Arca.

El punto de acogida para animales lo ubicaron el mismo sábado, horas después de que la fuerza de los ríos Mocoa, Sangoyaco y Mulato, se llevara por delante buena parte de la ciudad y causase la muerte a más de 300 personas, además de damnificar a más de 1.500.

Muchos de ellos viven ahora en refugios temporales, donde por razones de higiene, seguridad y logística no pueden estar sus mascotas que las esperan pacientemente y saltan de alegría cuando vienen a visitarlos.

Entre las labores que ya han realizado estos voluntarios está la de vacunar a los animales, pero Guerrero asegura que necesitan «frazadas para brindar atención en las noches, medicinas, antibióticos y antidiarreicos», además de comida y agua para los animales.

La mayoría de ellos son perros, entre ellos una camada completa que se alimenta de una hembra que dio a luz recientemente. La madre perdió a todos sus hijos menos a uno y un vecino encontró a otros cuatro cachorros.

Ahora esa joven madre, a modo de loba capitolina, alimenta a su propio hijo y otros cuatro adoptivos que, además, le ayudan a superar su mastitis.

«Es importante (ayudar a los animales) porque son seres vivos, son seres que sienten y también padecen dolor. La avalancha los golpeó, los alejó de sus hogares así como también los puso en un punto vulnerable en el que no hay nadie pendiente de ellos», agrega Angela Hidalgo, una de los cinco veterinarios voluntarios.

Además advierte que es importante «tenerlos en cuenta por las enfermedades de transmisión zoonóticas», aquellas que pueden transmitirse de animales a humanos.

Entre quienes tratan de ayudar en el albergue está Óscar Flores, un hombre que ha llegado desde la ciudad de Pasto, separada de Mocoa por una carretera precaria que se recorre en no menos de cinco horas, y que ha recorrido las zonas afectadas para rescatar a los animales afectados

En total ya ha rescatado a quince perros en la zona del desastre, alguno de los cuales no podía caminar y se lo tuvo que llevar a hombros.

Entre ellos está un can negro, uno de cuyos dueños falleció y ahora no le quita el ojo de encima a su salvador.

«Estaba amarrado y ahora siente que estoy acá y está inquieto, cariñoso, agradecido de que está bien», dice Flores antes de fundirse en abrazos con el perro que le devuelve el afecto con sonoros lametazos y aullidos.

En el espacio habilitado en la estación también hay lugar para las historias heroicas, como la de un pastor alemán que apareció de la nada y salvó la vida de Yolanda Chidoi, una mujer de 38 años afectada por un cáncer de huesos y que vivía en el barrio de San Miguel, el más afectado por la avalancha.

Ella abandonó su casa el sábado de madrugada y volvió horas después para intentar recuperar algo de ropa para ella y su familia.

«Saqué dos bolsitas y las dejé en el piso cuando gritaron ‘avalancha’. Arranqué a correr (pero caí y) me hundí hasta el pecho. Ahí (me despedí), agradecí a Dios por la vida y el (perro) llegó», recuerda entre lágrimas.

El relato continúa: «me prendí del cuello, es (un perro) grande, caminaba me empujaba, hacía fuerza para halarme y me sacó de ahí».

Ahora no se separa del pastor alemán excepto cuando va a los funerales de las familias y dice que se va a quedar con él «porque está viejito; su ultima misión fue salvarme la vida».

Temía que lo sacrifiquen y por eso ahora descansa junto a él y lo consiente tras una pequeña operación a la que lo sometieron.

«Se llama Guardián porque fue el guardián de la vida, es el guardián de Yolanda y nunca lo voy a dejar porque todo el mundo me lo despreció. Fui a comprar un collar y agua con lo poquito que me queda», dice antes de agregar que lo cuidará hasta el final: «se va él o me voy yo».

Antes de despedirse protesta y dice que no recibe la ayuda mientras que gente desconocida llega a Mocoa para quedársela y concluye entre sollozos: «¡No se olviden de nosotros!».

Y no se refiere sólo a los animales.

Fuentes; Agencia EFE;  Gonzalo Domínguez Loeda 

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