Luís Ignacio Murcia Molina (Pitalito, Huila, 1953), Nacho para sus amigos, ha publicado un hermoso libro que ha titulado “De regreso al olvido”.
El título sugiere que, una vez recuperado el recuerdo, se quiere retornar al olvido para borrarlo del todo, quizás por la carga que conlleva saber lo que se ha vivido. De lo contrario sería “regreso del olvido”.
Para renacer del trauma ocasionado por un accidente en que se quema casi hasta la muerte, origen de los vacíos de su memoria, hace el ejercicio de narrar el pasado remoto para reconstruir el presente.
Ignacio recurre a Nacho (alter ego, ¿autoficción?) y su narración en primera persona, a su hija Marcela y su doloroso recuento del presente, y a Cristina, enfermera, cuya bitácora consigna los pormenores de los seis largos meses en que permanece hospitalizado, purulento y esquizofrénico.
El libro autobiográfico puede ser una novela. Pero la extraordinaria fuerza ficcional con que da inicio a la historia se desvanece al promediar su lectura porque deja de narrar para enumerar con ansiedad hechos que constituyen la reconstrucción del país y su región en varias décadas del pasado siglo.
Entonces la acción, que es tan vital en los primeros capítulos, se soslaya en el listado de acontecimientos de la historia nacional. Es un corto ensayo sobre la vida del Huila y de Colombia en el siglo XX.
Hay que tener en cuenta que quien recuerda es un enfermo físico y mental. El carácter de informe reduce su potencial de novela y le da característica de ensayo, como testimonio colectivo de una época. Se pierde la vitalidad de los episodios narrados con pasión porque el lector ingresa a una enumeración de hechos, fechas y personajes, importantes para la historia nacional pero que reducen las posibilidades de la ficción. Incluso en las memorias de Marcela también encontramos esta manía de la enumeración.
Sobran, a mi juicio, los capítulos 14 y 15. Son justificaciones innecesarias de un hecho ya contado, que pueden hacer parte de una novela sobre Yamilé, su terca búsqueda del amor y su relación con el narrador, que ya ha quedado claro desde el principio que es la causante de la tragedia.
Pero, novela, ensayo o testimonio, no quiere decir que sea un libro indiferente. Por el contrario, como dije al comienzo, es un hermoso texto, doloroso y valiente, descarnado y contestatario, cuyo lenguaje limpio y directo sorprende al lector de principio a fin.
La manera como Nacho combina los monólogos del padre y la hija en cortos segmentos narrativos le da agilidad al libro. De hecho, muchos de sus recuentos históricos me trasportaron a mi vida.
Gracias, Nacho, por entregarnos su experiencia vital y narrativa en las páginas de este libro.

Por Benhur Sánchez Suárez de la columna en El Nuevo Día, Ibagué, miércoles 10, octubre, 2018.

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