El “psicópata educado”: el primer perfil criminal en España
Joaquín Ferràndiz asesinó a cinco mujeres en Castellón en los noventa. Las fuerzas policiales contaron con la psiquiatría para retratar al sospechoso y desde entonces tienen departamentos de análisis de conducta
“Este fue el primer psicópata al que me enfrenté. Y el peor, porque este no avisa. Su peligro es su amabilidad y su educación. No creo que haya en España uno peor que él”. El subteniente de la Guardia Civil Tomás Calviño dejó su trabajo en homicidios cuando se cerró el caso de Joaquín Ferràndiz, el hombre que, a mediados de los 90, asesinó a cinco mujeres en Castellón. “Era un cazador. Él salía con su novia, la dejaba en casa y era entonces cuando se iba a los locales a observar mientras bebía vodka con naranja. Siempre vodka con naranja”, recuerda el veterano agente.
- Su primer homicidio se produjo en 1995, se llamaba Sonia Rubio. No fue posible detenerle hasta 1998. “Me contó que cuando aquella víctima dejó de respirar, él sintió una paz tremenda. No te lo puedes ni imaginar lo que es ver a una persona contándote esto”, relata Calviño. Ferrándiz cayó por varios errores.
- El más determinante, que atacó a una chica que consiguió escapar y dar una descripción de él y de su coche. En otra ocasión en la que las fuerzas policiales ya estaban seguras de su culpabilidad, el equipo de seguimiento logró observar su técnica: deshinchaba las ruedas del coche de su víctima para socorrerla cuando tuviera un accidente y entonces atacarla. Pero lo que le sentenció fue la cinta aislante que utilizaba en sus escenas del crimen, una muy rara y difícil de conseguir.
El subteniente mantuvo varias conversaciones con el depredador, la primera de ellas, en el registro que llevaron a cabo en el piso en el que vivía con su madre. “Era julio, un horno, sin aire acondicionado. Estuvimos como mínimo 10 horas. Él no bebió ni una gota de agua. Cuando entramos, el perro ni le miró, y cualquier perro que lleve un mes sin ver a su dueño se vuelve loco. Eso fue lo primero que me llamó la atención”, revive. Calviño también cuenta que se “enojó” cuando tocó una cajita que pertenecía a su madre, pero que no se inmutó cuando el juez le comunicó su encarcelamiento por cinco asesinatos. “En la reconstrucción de los hechos, yo me quedé retrasado con él para preguntarle por qué había destrozado uno a uno los dedos de una de las mujeres. Él dijo que no lo había hecho. A él no le importaba quedar como un asesino, pero nunca como un macabro”, explica el agente.
Los primeros pasos
“Para remontarnos a los inicios de esta técnica tenemos que retroceder a los años 50. La policía de Nueva York solicitó al psiquiatra Brussel que realizara una descripción psicológica, a través de fotos y pruebas, de un individuo que aterrorizó a la ciudad durante años con la colocación de bombas”, detalla Jorge Jiménez, director general de la fundación universitaria Behavior and Law, especializada en ciencias del comportamiento. Poco después se detuvo al Bombardero Loco, un sujeto iracundo contra un despido injusto. “En los años setenta se crea en el FBI la Unidad de Análisis de Conducta para asesorar en determinados casos con componente psicológico”, apunta Jiménez. Los primeros perfiladores recorrieron las cárceles de Estados Unidos para entrevistarse con los peores criminales y tratar de entenderles. Una historia que inspiró la serie de Netflix Mindhunter.
“Nuestro trabajo no es como en las series. No hay bolas de cristal, ni cazadores de mentes, manejamos datos desde el punto de vista empírico y trabajamos con la evidencia para generar hipótesis”, recalca el sargento de la Guardia Civil Manuel Ramos, miembro de la sección de análisis del comportamiento delictivo, en una charla virtual organizada por Behavior and Law hace tres meses. En 1994 el teniente coronel Jose Luis González sentó las bases de este departamento en el instituto armado, que en este tiempo ha participado en un millar de casos y está compuesto por seis personas expertas en criminología y psiquiatría. Ramos resalta la importancia de la colaboración académica para establecer unos protocolos claros. “La colocación de un objeto en la escena, el hecho de que la víctima aparezca en una posición concreta, que se le haya tapado el rostro, la forma de dirigirse a la víctima en el caso de una agresión… Todo ello son evidencias que hay que analizar”, indica.
“Los perfiles solo se realizan en determinados casos: cuando hay pruebas físicas que te dirigen a un sospechoso, o los testigos existen y son fiables, el profiling no va a aportar nada”, destaca Garrido. “Otra cosa es cuando no hay indicios que te permitan seguir una línea de investigación prometedora. En tal caso, un perfil puede ser de ayuda orientando la investigación hacia grupos de personas o lugares. Por eso se utiliza preferentemente en asesinos y violadores en serie”, argumenta. “Se ha empleado por ejemplo en el asesinato de Diana Quer, o el del niño Gabriel. En el caso del depredador de Ciudad Lineal había cientos de sospechosos, en esa ocasión la Policía Nacional usó esta técnica para tratar de reducir el número”, apunta Jiménez. El análisis de conducta se emplea también en interrogatorios o en entrevistas a víctimas especialmente vulnerables.
Joaquín Ferràndiz acabó confesando sus crímenes. “Claro que recuerdo el día que le detuvieron, estábamos todos que no nos llegaba la camisa al cuerpo”, resume Garrido. “Todo el mundo en Castellón estaba preocupado, si en esa época tenías una hija y salía de noche…”, recuerda Calviño. El agente, que hace años que no ve a Ferràndiz, sí recuerda un encuentro fortuito con el que fuera su jefe en la compañía de seguros. “Me contó que para el trabajo que hacía él, había tenido que contratar a dos personas, y aun así no llegaban a la mitad de lo que llegaba Ferràndiz”. Su madre nunca ha dejado de creer en él. Calviño lo define en una frase: “Era el hijo perfecto”.