Dos fosas comunes reciben a los visitantes del cementerio central en Pitalito Huila, en Colombia.
Aunque no lo parezca la entrada del campo santo es sostenida por dos fosas comunes en las que van a parar los restos de los N.N. y de quienes jamás son reclamados por sus familiares.
Al ingresar se percibe la paz en la que reposan quienes ya partieron de este mundo, un espacio de tranquilidad, rodeado de naturaleza y visualmente agradable..
.
Pero al seguir recorriendo el lugar el ambiente cambia, se evidencia el abandono y el paso de los años, las bóvedas desocupadas y abiertas causan cierto asombro…
Y al llegar al espacio de quienes están sepultados en tierra no se puede dimensionar el hacinamiento en el que yacen los muertos en medio del olvido y residuos de los vivos.
Vulnerable a la muerte, así se siente caminando entre los muertos.
Tal y como en las películas de terror de la nada aparecen y se esfuman como fantasmas, asustan, intimidan y amenazan, eso dicen quienes visitan el cementerio central de Pitalito pero no es una historia de muertos, es una historia de vivos y muy vivos, esos que escondidos entre las bóvedas ya desocupadas y entre el guadual que encierra al camposanto aparecen de la nada con cuchillos y revólveres para robar las pertenencias de quienes acostumbran a visitar a sus familiares, según testigos en varias ocasiones los visitantes salen despavoridos como si hubieran visto un espanto, todo a causa de los malhechores que casi habitan dentro del campo santo, “si eso aquí le roban a uno todo si se descuida, ya casi no puede uno ni venir solo porque lo atracan o hasta lo violan, y se ve también por ahí a muchachos metiendo vicio y gente tirando basura en la bóvedas vacías”. Indica Doña Carmen una de las visitantes que barría y limpiaba la tumba de su esposo, cubierta por los plásticos que ruedan y enmarañada por el tiempo.
“Los ladrones vienen y arrancan el bronce de las lápidas…un nombre bien tallado vale ciento cincuenta mil pesos, vienen y lo arrancan para cambiarlo por vicio o por cualquier peso, ya no han dejado nada, las únicas que se mantienen son las que están con reja y bien aseguradas” Cuenta don José Administrador del cementerio.
Aunque ya no se realizan rituales funerarios ni inhumaciones dentro del cementerio central, existen dos mil treinta bóvedas particulares, mil quinientas setenta administradas por la parroquia de San Antonio, ocho mil osarios y cuatro fosas comunes de las cuales tres ya están completamente llenas, se prevé que en total hay enterrados más de doce mil cuerpos en este lugar, de los cuales sólo dos de cada 100 son reclamados por sus familiares, los otros terminan en fosa común.
Investigación y redacción: Dainny Hernández, Álvaro Pérez