Carta a Pitalito.

Querida. Hacía tiempo no visitaba tu valle y tus montañas aguardando verte y contemplar contigo el tiempo que se va entre las incertidumbres de los hombres. Volví a verte y a sentirte en los caminos pintorescos que imitan los artistas de tu tierra, a ver tus amaneceres frescos y los atardeceres rojizos cuando el sol se va marchando a su encuentro con el incierto mañana. Volví a ti en busca de mi otro yo, de mi verdadero yo, para compartir contigo los esfuerzos de un pasado, también difícil porque, vencer las vanidades y la escasès ha sido fuerte.

Y he vuelto con algo en mis morrales pero con mucho en mi memoria. Recuerdo los salones de la clase, los amigos de la cuadra, los papàs que nos amaban con figuras de colores y nos reprendían con la fusta justa que nos dio conducta y nos formó para vivir con la religión de no hacer daño.

Recuerdo los olores maduros de las frutas, el repicar de los caballos en las madrugadas de feria, los trompos de madera, las canicas de cristal y el blanco almidonado de tu casta que se fue muriendo por el tiempo y la tristeza; los maestros enjutos de la clase y las concubinas que contoneaban sus caderas por los andenes altos mientras las matronas susurraban en la ferviente caminata hacia la iglesia donde pedían perdón por los errores de otros. 

Así como cantaste con tu voz dorada cuando te compuse una canción, ahora te veo llorando porque ya no están los que son ni son los que están; me conmueve que quieran otro himno, en la decadencia de estos tiempos raros; te violaron, te ultrajaron, te acabaron. No es el cambio repentino de tu cara ni la mueca sospechosa en tu sonrisa; es el viento que se lleva por tu cielo la estela nauseabunda del Guarapas y el fulgor de los amigos que se está desvaneciendo como el humo de mi pipa por los aires del macizo.

Quiero hablarte, quiero amarte, pero estás en el incógnito momento de una crisis de sordera, en los tiempos indeseables de miopía, bajo la manta negra de la indiferencia por el odio de tus hombres y el dolor de tus mujeres esperando la esperanza que perdieron porque la ambición de sus caudillos murió como sus cuerpos en la mafia, en la magia o la guerrilla.

Estàs en el momento de tu cambio, con el acnè de tus potreros, en la rebeldía adolescente que se siente cuando dejamos de ser pequeños, en las manos de los infaustos devoradores de reliquias y saqueadores de tesoros.

Vine a ti buscando amor porque me ahogo en el silencio y la soledad de otros lugares irreales, vine a ti porque madrugas y anocheces con historias del pasado; vine a ti, no a esperar la muerte sino, a vivir la plenitud de un jubilado prematuro con la intención de morir de viejo, a regar jardines, a recoger guayabas y a sembrar las ilusiones para los niños que, mirando en los espejos de vitrinas y almacenes, se retuercen en la absurda vida que les espera sin saber de las bondades primitivas de esta tierra que fue de mis abuelos y después de nosotros pero ahora de vosotros y luego, de ellos.

Vine a ti con el masoquismo de quien ruega por afectos ya creados, del que ansía las pasiones de una novia furtiva, pero me encontré con las espinas de la guadua seca y el olor de pesticidas, con las lluvias ácidas que marchitan los ocobos y las cosechas del caimo, los minches y las guamas donde los gusanos se deslizan con la voz de los borrachos y la necesidad del agua limpia, con las calles escondidas en la noche y la maldad atiborrada como cárcel de ignorancia o como los próceres vanidosos en las escalas del atrio principal o en las sombras de los nuevos edificios. 

Vine a ti para estar con mi madre y ya murió. Vine a ti para estar con mi novia y ya se fue, vine a ti para estar con mis amigos y también se fueron en el micro bus iluso de la ambición o en el carro fúnebre de la violencia.

La envidia y la política han borrado las lineas reglamentarias de nuestro pasado y las de la cancha de la escuela donde jugué baloncesto. Ya no queda reglamento, ni quedan los prefectos de urbanidad ni los estudiantes de Baldor, ni colegio, ni sombreros ni caballeros; no hay sonrisas, ni picardìas, solo miedos y camaleones que antes no había como los guacos, los corruptos, los paracos, los pendejos.

Juan Carlos Ortiz tovar.

Tabio Cundinamarca. Mayo 2017.

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