Para nadie es un secreto que pasar por una crisis emocional no es tan fácil como pronunciarla en los labios, toda vez, que una cosa es describirla desde fuera y otra muy diferente vivirla en carne propia. Es aquí donde podemos afirmar que si fuera tan sencillo, los índices de suicidio en vez de aumentar, disminuirían gradualmente cada día.

Gracias a la vida como canta Mercedes Sosa, las situaciones que vivimos a diario dan pie a enfrentarlas desde dos perspectivas, la posición causa o la posición efecto; esta última, como una estrategia de nuestra mente subconsciente llamada proyección, donde se busca culpar siempre a X o Y situación, o a alguien cercano a nosotros por lo que nos está sucediendo. Ser causa al contrario, es aprender a afrontar la responsabilidad de los actos de manera inteligente. Cuando este estado se manifiesta por voluntad propia, aparece entonces una pequeña luz de faro que comienza a guiar nuestro barco hacia la libertad interior, esto es llamado en psicología: Resiliencia.

Antes de alcanzar este estado maravilloso de responsabilidad personal, donde convertimos lo que llamamos “malo” en un aprendizaje muy positivo para nuestra existencia, el ser humano suele afirmar que la vida le ha puesto una prueba, aduciendo de forma desesperada y en repetidas ocasiones, que es incluso voluntad divina. El dolor, como se afirma en la frase, es necesario para depurar, pero el sufrimiento es opcional. El dolor entonces en vez de verse como un enemigo, podríamos decirlo así, es un maestro que se sienta a nuestro lado; nos acompaña pacientemente a donde quiera que vayamos; por eso, huir de la batalla, es enfrentarse a nuevos fracasos; cuando se renuncia al sufrimiento y el dolor se da cuenta de que uno ha aprendido la lección, que ya no nos consideramos las víctimas, nos da un par de suaves palmadas en la espalda como diciendo: “Lo has superado, por favor no me hagas venir de nuevo, no me gusta hacer este tipo de visitas”.

Superar; superar es el reto personal; dar un primer paso que quizás no nos llevará a donde queremos, pero si nos sacará del lugar en donde estábamos; pues si no se da ese paso, la situación se volverá tormentosa y habremos caído en agonías innecesarias que solo alargarán mucho más el sufrimiento.

Las personas que rodean nuestra vida, nuestra familia, nuestros amigos, compañeros y allegados no deben como coloquialmente se afirma, pagar los platos rotos de la vajilla que hemos quebrado. Todas las preguntas tienen su respuesta, basta con que la pregunta sea correcta para que la respuesta también lo sea. Más esta respuesta llega en la calma, no en medio de agonías y desesperación. Qué tal si nos preguntamos ¿Qué causó este dolor? ¿Pude haberlo evitado? Si así fue ¿Qué me impulso a hacerlo? ¿Cómo puedo remediarlo? De esta forma, se podrá empezar a hacer una introspección profunda que nos llevará a reflexionar y a pasar de un estado de efecto a uno de causa, de responsabilidad, de consciencia y comprensión consigo mismo. De hacer las cosas ahora de forma correcta para ser felices. Podríamos afirmar que somos como en la siguiente historia:

“Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo y que llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie, desde el arroyo hasta la casa de su patrón, pero cuando llegaba, la vasija rota solo tenía la mitad del agua. Durante dos años completos esto fue así diariamente. Desde luego, la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.

Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al aguador diciéndole: “Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga y solo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.”
El aguador apesadumbrado, le dijo compasivamente: “Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.”

Así lo hizo la tinaja. Y en efecto, vio muchísimas flores hermosas a lo largo del trayecto, pero de todos modos se sintió apenada porque al final, sólo quedaba dentro de sí la mitad del agua que debía llevar.

El aguador le dijo entonces: “¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi Madre. Si no fueras exactamente cómo eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.” Javier Fernando Romero, 101 Historias para volver a nacer.

Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas, las que nos hacen más fuertes cada día. Superarlas implica un trabajo personal profundo y comprometido. En Japón lo llaman Kintsugi, las vasijas con más grietas, son admiradas y se ven mucho más hermosas al ser delicadamente reparadas.

Columnista invitado  www.aldeasur.com

Fánor Iván Benavidez 

Consultor y Coach de Vida

Fanorsiguenos

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *