Además del misterio y la magia que encierran el sector denominado Pericongo entre Pitalito y Timaná por su historia y geografía, esconde un tesoro natural y turístico, llamado “El cañón del diablo”

Su ingreso se hace por la parte de abajo del puente en la curva más cerrada que hay sobre esta vía nacional, desde allí inicia la aventura por el gran cañón haciendo paso entre el agua lluvia y las inmensas rocas que casi se unen con las raíces de los árboles, que penden como si fueran grandes bejucos.

Esta ruta que se limita casi sólo grandes aventureros por lo larga y exigente, debe iniciarse desde la 8 de la mañana para evitar que el final de la tarde lo coja en medio de las rocas (cómo mínimo la caminata dura unas 7 horas); para ello es necesario hacer uso de ropa cómoda, botas de buen agarre, camisa o buzo manga larga, suficiente agua, alimento mediano para evitar peso en la carga y tener las manos completamente libres porque hay tramos donde se debe pasar por debajo de las piedras y en la parte superior es una cueva.

Dentro de los riesgos como cualquier espacio natural y cavidad subterránea, están la caída de roca, picadura de serpientes, arañas u otro tipo de insectos.

Pero quienes han recorrido el “Cañón del Diablo” aseguran que vale la pena el recorrido por el escenario natural, disfrutar los colores y el verde de todas las formas, hacen que la travesía sea realmente única y mágica, donde en medio del silencio, se percibe el sonido de las aves y el ensordecedor canto de loros; el final del recorrido tiene salida muy cerca a Naranjal, por la zona boscosa hasta encontrarse de nuevo con la vía nacional.

Lugares como estos son propicios, para salir de la monotonía, olvidarse de los lujos y comodidades, salir a explorar en medio de la naturaleza nos reactiva la esencia como seres humanos y naturales que somos.

Este oculto tesoro de Pericongo, es posible darlo a conocer en www.aldeasur.com gracias a los expertos exploradores, Yurany Martínez y Faiver Augusto Vargas,  una pareja de esposos que dejan a un lado la monotonía para descubrir en medio de lo que llamamos maleza, grandes paraísos.

 

 

 

 

 

 

 

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