La expansión de los robots traerá cambios profundos en la economía y alterará muchas de nuestras actividades tanto individuales como colectivas.Va a provocar un efecto dominó en la sociedad.

Pero por encima de todas estas transformaciones previsibles hay que prestar especial atención a los cambios culturales que se pueden producir. La descarga de la necesidad imperiosa y absorbente del trabajo para subsistir se produce en una sociedad de consumo. 

El paso del trabajo para subsistir al trabajo para consumir lleva a una radical alteración en su consideración.

Nos vamos a encontrar ante una disponibilidad de tiempo no disipado impensable hasta ahora.

En RoboCity16 (Robots for citizens), celebrada la semana pasada, tuve ocasión de insistir en este aspecto cultural que la robotización contiene como carga de profundidad. Y que hará saltar valores incrustados en nuestra mentalidad. Uno de estos valores capitales es la consideración que tenemos del trabajo.

Los humanos mantenemos un conflicto entre dos necesidades imperiosas. La de adquirir continuamente materia del entorno para el sostenimiento de un cuerpo tan consumidor de energía y la de un cerebro que, además de mucha energía, necesita alimentarse de incertidumbre, es decir, de información del entorno para tejer la red neuronal.

Distintas formas de servidumbre hacen que unos pocos tengan tiempo libre de la atadura del trabajo para subsistir
En esta tensión entre estómago y cerebro, la necesidad básica de mantener en pie el cuerpo ha hecho que se haga preferente. Así que el tiempo, la vida, se nos va buscando el alimento para mantener… la vida. Subsistencia. No es extraño, por tanto, que se haya considerado el trabajo como un castigo, con mitificaciones distintas según las culturas.

La acumulación y el acrecentamiento de la desigualdad que llega con el Neolítico posibilita que una minoría someta a una mayoría para que trabaje por y para ella. Distintas formas de servidumbre según culturas y épocas hacen que unos pocos tengan tiempo libre de la atadura del trabajo para subsistir.

Del trabajo para subsistir al trabajo para consumir

Pero la disposición de tiempo libre deja de ser un privilegio cuando recientemente el desarrollo técnico y la organización social dan mayor productividad al trabajo. Sin embargo, la descarga de la necesidad imperiosa y absorbente del trabajo para subsistir se produce en una sociedad de consumo. Por tanto, la necesidad ya no es subsistir sino consumir. Consumir productos incesantes. Incluso el tiempo no disipado por la alienación del trabajo que podría cuajar en provechoso ocio se vende empaquetado como entretenimiento, es decir, como otro producto para consumir.

El paso del trabajo para subsistir al trabajo para consumir lleva a una radical alteración en su consideración: deja de ser un castigo que hay que soportar para sublimarse en un valor deseable. La satisfacción de tantas necesidades, la adquisición de tantos productos tentadores si se trabaja hace que se crea que compensa la penalidad del tiempo arrebatado.

El paro hoy supone una humillante exclusión de un mundo rebosante de ofertas
Así que este orden social consigue la sustitución de la coacción de la servidumbre, la trabajosa subsistencia, el convencimiento de que el trabajo como castigo es fruto de la culpa, el fatalismo estamental, por la seducción de un trabajo sublimado que no solo se acepta sino que se reclama para procurar así la satisfacción de las apetencias del consumo. De ahí que el paro hoy suponga, además de la angustia de siempre por la subsistencia, una humillante exclusión de un mundo rebosante de ofertas.

La robotización flotaba hasta ahora en la lejanía del horizonte como sueño, exageración, temor… Pero esa línea difuminada se acerca hoy con rapidez y se ha hecho bruma densa que comienza a alcanzarnos. ¿Qué trae en su interior? ¿Qué supondrá un aumento de la productividad que ni el maquinismo industrial, ni el fordismo y el taylorismo y la organización moderna del trabajo, ni la domesticación neolítica, ni la sucesión habida de inventos y mejoras de todo tipo pueden equipararse a este fenómeno?

Será imprescindible una educación que esté estrechamente unida a la cultura y no solo a la profesión.

Nos vamos a encontrar ante una disponibilidad de tiempo no disipado impensable hasta ahora. Y con ella la oportunidad de reinterpretar el trabajo y el ocio.

El tiempo que se perdía a chorros ahora se embalsa (¿a qué orillas alcanzará?).

Aparece la placidez del ocio, aunque no estemos preparados para ello. Pues incluso estudiamos para trabajar; todo el sistema educativo se ha orientado para preparar para el trabajo… y habrá que preparar para el ocio. No es extraño, pues, que aún se asocie a no hacer nada, a inactividad, a aburrimiento, a perder el tiempo, a vacío que hay que llenar con entretenimiento… Así que será imprescindible una educación que esté estrechamente unida a la cultura (¡y una cultura revisada!) y no solo a la profesión. Educación cultural y no educación profesional. Educación para toda la vida y no solo para la etapa laboral. Y para este reto tendremos como una de las fuentes de inspiración la vivencia de la niñez, cuando jugábamos, porque vivíamos en esa época la experiencia más intensa del ocio. Experiencia vital que se sofoca cuando nos instan a que dejemos de jugar (crear, imaginar, soñar, explorar, interactuar… incertidumbre para el cerebro) y nos pongamos a estudiar para ser personas de provecho el día de mañana.

Sin lugar a dudas; así lo analiza nuestro  maestro  Antonio Rodríguez de las Heras, Catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid y director del Instituto de Cultura y Tecnología. 

 

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