Oro. La palabra promete belleza, elegancia y riqueza. Imperios enteros se construyeron gracias a su comercio, lo que transformó a muchas regiones donde generaciones de seres humanos se desplazaron, cortaron sus raíces o cayeron presa de la fiebre del oro.

La antropóloga Elizabeth Ferry, que ha estudiado la minería en América Latina, dice que “la minería es una de las razones principales por la que existen algunas regiones de este continente. Uno de los motivos que impulsó el colonialismo fue la búsqueda de metales preciosos”.

También afirma que la búsqueda de oro y plata aún es una fuerza poderosa de la economía, sobre todo después de que la crisis financiera mundial elevó el precio de los metales preciosos, un mercado en el que los inversionistas nerviosos buscaron estabilidad. Pero ese repunte económico ha tenido efectos negativos en países como Colombia, donde una nueva fiebre del oro ha seducido a miles de mineros artesanales y a varias empresas trasnacionales. En más de una ocasión, han surgido roces entre ambos bandos.

Ferry escribió un libro que retrata la lucha de esos mineros y espera publicarlo con las fotos de Stephen, su hermano, un fotógrafo estadounidense que vive en Colombia desde hace 15 años. Con el título “Batea”, como se llama el instrumento que usan los mineros para filtrar la arena, el libro retrata una actividad extenuante, y a veces peligrosa. Con este proyecto, que esperan publicar a través de Red Hook Editions gracias a una campaña en Kickstarter, los hermanos Ferry buscan promover un entendimiento más integral sobre la industria del oro.

Stephen explica que “ambos somos respetuosos con el trabajo de los mineros, pues hacen un trabajo por el que el mundo está dispuesto a pagar. El mundo quiere oro. El oro está vinculado a la historia de la humanidad. No va a dejar de estarlo. Se usa para todo tipo de cosas. No se puede decir solo que es malo”.

Los hermanos trazan la historia de la revalorización actual del metal, que llegó hasta los 1900 dólares la onza, y se convirtió en una tentación difícil de rechazar para quienes sobreviven en zonas abandonadas por el Estado, las mismas que sirven de escenario a una guerra de más de medio siglo. Cuando los habitantes comenzaron a buscar metales preciosos en las montañas o en los ríos, por ejemplo, se vieron obligados a pagar impuestos de guerra a los grupos armados que controlan la zona.

Las escenas captadas por Ferry muestran un abanico de actividades, desde los mineros que van a las orillas de los ríos a buscar oro entre la arena y el barro hasta el proceso que sirve para separar el oro de las piedras usando mercurio. En la costa del Pacífico también capturó el proceso de mineros más sensibles a la protección del medio ambiente.

La demanda global también ha despertado el interés de las compañías transnacionales en Colombia, sobre todo las canadienses, que emplean mecanismos de extracción que transforman el paisaje y generan conflictos con la población local. En Marmato, Caldas el fotógrafo vio cómo una comunidad de tradición minera trataba de proteger a su pueblo ante la posible construcción de una mina a cielo abierto.

Ferry cree que la situación “ha sido bastante anárquica porque el Estado ha cedido el uso del subsuelo a empresas transnacionales y no hay transparencia en muchas partes del proceso. La gente no sabe quien tiene los derechos de explotación”.

Elizabeth dice que la colaboración le permitió desarrollar otro tipo de escritura mientras que Stephen logró una mirada fresca sobre un tema que ya había seguido como fotoperiodista. “Ambos estamos en un punto de nuestras carreras en el que estamos abiertos a experimentar con el modo en que la mirada puede cambiar la forma de pensar. Mi experiencia es académica y en ese entorno hay un proceso determinado para obtener información y sabes a qué público le estás hablando. Esta forma de contar una historia nos acerca a nuevas audiencias y a nuevas formas de hablar sobre lo que sucede sin tener que citar a un millón de académicos para sustentar todas las observaciones y opiniones”.

Fuente : http://www.nytimes.com/ Por 

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