En la mayoría de conflictos, las mujeres han sido tratadas como campos de batalla. Han sido objetualizadas con el fin de utilizarlas para debilitar al adversario y las han deshumanizado y humillado. Además, esta práctica debilita el tejido social en las comunidades a las que pertenecen las víctimas y las mujeres suelen ser marginadas.
La violencia contra las mujeres en los conflictos armados no proviene únicamente de las fuerzas armadas. La violencia doméstica que tiene origen en las parejas o familiares de las víctimas también aumenta considerablemente (1) cuando hay conflictos en curso o en la época de posconflicto. Según la que fuera jefa de programas del Fondo de Población de las Naciones Unidas Pamela DeLargy (2), la identidad de los hombres se construye en base a la masculinidad hegemónica y dicha identidad se ve mermada por la violencia que trae la guerra per se, y para reforzarla, los hombres a menudo ejercen la violencia.
Según un informe de las Naciones Unidas (3), en las comunidades en las que se cree que la etnicidad se hereda mediante el varón, las mujeres son violadas por el enemigo y obligadas a dar a luz con la limpieza étnica como objetivo. DeLargy dice que en muchas otras comunidades se cree que la depositaria de los valores y tradiciones culturales son las mujeres, pero, aun así, el objetivo y el resultado son el mismo. Esta conducta, muy común en la guerra de Bosnia, fue muy importante: en los procesos judiciales derivados de dicho conflicto, se asentaron las bases para judicializar la violencia sexual como arma de guerra.
En el caso de las niñas, según el informe “No a la guerra contra la infancia” que Save The Children presentó en febrero de 2019 en Bilbao, cuando hay conflictos en curso, las niñas tienen mayor riesgo de sufrir violencia de género: las violaciones, la esclavitud sexual, la trata, los matrimonios infantiles, los embarazos prematuros, los abortos o las esterilizaciones forzadas aumentan en las zonas de conflicto. Debido a la estigmatización que sufren las víctimas, Save The Children afirma que estas agresiones se denuncian muy pocas veces. En 2017 el secretario general de la ONU documentó 954 agresiones verificadas, un 16 % más que en 2016.
Diferencias entre géneros
Los hombres y niños se suelen utilizar mayormente con objetivos militares, mientras las mujeres y niñas sufren la violencia de otra manera. El simple hecho de ser mujer las obliga a sufrir un mayor nivel de violencia. Su vida social se ve muy reducida para evitar la violencia de género (aunque las agresiones en el entorno privado también aumentan en tiempos de guerra) y también por evitar las consecuencias de la estigmatización causada por las agresiones sufridas.
Estigmatización y exclusión social
Las mujeres y niñas que son víctimas de las agresiones a menudo son estigmatizadas y marginadas. Obligadas a alejarse de la vida social, las niñas dejan los estudios, se reducen considerablemente las opciones de trabajo y obtener beneficios económicos, tienen que abandonar las redes sociales… Las consecuencias son más graves para las que se quedan embarazadas, ya que muchas veces la víctima es obligada a casarse con el agresor.
Por si eso fuera poco, la exclusión social genera una pobreza extrema, y esto hace a las mujeres más vulnerables ante la explotación sexual o la trata.
Matrimonio infantil
El informe de Save The Children también pone el foco en los matrimonios infantiles. El matrimonio de niñas aumenta en zonas de conflicto: el miedo a las agresiones sexuales, las consecuencias de los embarazos no deseados, los ataques contra el honor de la familia, la falta de domicilio o el hambre empujan a las chicas más jóvenes a casarse en busca de protección. En Siria, por ejemplo, se ha convertido en un sistema de supervivencia. Por otro lado, el matrimonio infantil y la esclavitud sexual se utilizan como arma de guerra, ya que, al igual que sucede con las mujeres, se destruyen los tejidos sociales.
Además, los embarazos derivados de dichos matrimonios tienen un mayor riesgo de mortalidad para niñas y bebés debido a la juventud de las madres.
En el caso de las refugiadas sirias, tres de cada diez jóvenes de entre 15 y 19 años que viven en Líbano están casadas, un 7 % más que en 2017. En el caso de las refugiadas sirias que viven en Jordania, en cambio, desde el año 2011 (12 %) a 2014 (32 %) la tasa de matrimonio de jóvenes menores de 18 años ha subido un 20 %.
En las declaraciones de Pekín (1995), la Organización de las Naciones Unidas presentó como objetivo estratégico el aumento de las mujeres a la hora de resolver conflictos armados y ofrecer mayor protección a aquellas que vivieran en zonas de conflicto. Aun así, varios estudios realizados desde entonces demuestran que las medidas han sido insuficientes y que todavía queda mucho por hacer para acabar con la violencia añadida que ejerce el machismo sobre las mujeres en tiempos de guerra.
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*1 “Researching a Family Affair: Domestic Violence in FRY, Albania”, Sarah Maguire
*2 “Women and Wars: Contested Histories, Uncertain Futures”, Carol Cohn
*3 “Women, War and Peace: The Independent Experts’ Assessment on the Impact of Armed Conflict on Women and Women’s Role in Peace-building”, Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer.